OPINION: Réquiem por Oriente 

Una calle de Velasco tras el paso de Melissa.

Soy uno de los millones de cubanos que hemos vivido algún que otro huracán en la Isla.

De mi niñez recuerdo el “George”, en 1998; ya de adulto el “Ike” en 2008 y el “Sandy” en 2012. Los dos primeros pasaron por mi pueblo natal, Velasco, otrora el “Granero de Cuba” y que fue perdiendo con los años de castrismo y de “socialismo real” cada grano de sus campos.

Pero en la mañana del 29 de octubre pasado, mi pueblo perdió mucho más que sus cosechas de antaño. Velasco perdió su encanto y también su esperanza.

Las lluvias del huracán Melissa no sólo convirtieron a mi terruño en una suerte de pequeño lago en medio de la carretera entre Holguín y Las Tunas, sino sacaron a flote –nunca mejor dicho– las consecuencias del abandono y la dejadez, de la ineficiencia de un sistema político y económico desgastado.

Calles anegadas, casas inundadas, muebles y electrodomésticos a la deriva, alimentos que ni siquiera se pueden echar a animales que han desaparecido, árboles y postes eléctricos caídos, sin corriente ni conexión celular y a estas alturas sin que un solo dirigente del régimen tocara la puerta de una casa, para al menos ofrecer un poco de esperanza.

Iluso el que escribe. “Naive”, como diría una muy estimada mentora. ¿Qué puede ofrecer a un hambriento alguien que usa el hambre como herramienta de control? ¿Cómo pretender que curen a un enfermo los mismos que provocan su enfermedad? Esperar cualquier muestra de simpatía gubernamental hacia los miles de damnificados en Velasco es como pedirle peras al olmo o intentar sacar agua de un pozo ciego.

Ya sé. Melissa no arrebató la ilusión solo a mis vecinos de tantos años, los pocos que quedan en mi antigua calle de Velasco.

Desde Las Tunas hasta Guantánamo se repite la misma escena de desolación y desesperanza. Más de un millón de personas a esta hora lamentan cada segundo de sus vidas, se saben vivos y quizás lo agradezcan, pero también se saben solos, sin un ápice de optimismo por el mañana.

Me atrevo a asegurar que “Melissa” tocó tierra por Santiago en el momento más difícil en la historia de Cuba. Jamás se habían pasado tantas penurias. Y no solo económicas, cuando un dólar cuesta casi 500 pesos y un jubilado cobra 4 mil pesos mensuales y un cartón de huevos cuesta 5000 pesos –saque usted las cuentas–; me refiero al dolor de las familias separadas, al temor por la represión constante, al miedo a desafiar a la dictadura so pena de sufrir la prisión perpetua o morir en vida, con la exclusión social.

Por eso es que Oriente llora, con toda la razón. Quizás como no lloraba tras el embate de un fenómeno meteorológico desde el ciclón Flora en 1963.

Oriente llora a sus muertos, aún sin conocer a ciencia cierta cuántos son o dónde están sus cuerpos.

Oriente llora porque sabe que han retrocedido años luz en todos los sentidos y cree que quejarse no es opción que conduzca a una solución.

Oriente llora porque mira al futuro y no ve siquiera una luz en el oscuro túnel que ahora transita. Este es un Réquiem por Oriente.